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Pymes, innovación y algo más

Por Mario Monrós, socio director de TACTIO

@Mmonrs

Por innovación, debemos entender toda mejora que se realice en una empresa para aumentar su eficacia competitiva, ya sea desde la tecnología, los recursos productivos, la organización, el marketing o el desarrollo comercial. Y precisamente en los últimos años se ha insistido mucho en la innovación como uno de los grandes argumentos para impulsar y dar robustez a nuestro tejido empresarial.

A pesar de que en algunas comunidades el gasto interno en innovación esté muy por encima de la media nacional, las pymes españolas, por lo general, han dedicado poca atención y recursos a la I + D. En una buena parte, eso explica que aún se hallen por debajo de aquellos países punteros con los que competimos en los mercados globales, en valores de competitividad, productividad por hora y otras medidas de rendimiento cualitativo.

Muchos empresarios tienen interiorizado que conceptos de vital importancia estratégica como innovar, investigar o desarrollar soluciones, están asociados directamente con un tipo de inversión no prioritaria. Una inversión para la que buscan toda suerte de ayudas públicas, créditos blandos o subvenciones a fondo perdido, hasta el punto de que, si no se obtienen, directamente no se invierte.

La tan elogiada creatividad y capacidad de emprendeduría que nos atribuimos en España (en mi opinión, de un modo algo desmesurado), nos sirven para poner en marcha muchos nuevos proyectos de empresa en forma de start-up e iniciativas para cuyo desarrollo, casi siempre, se busca una financiación externa. Sobre el papel, la mayoría constituyen opciones interesantes. Sin embargo, de cada cien nuevas ideas, sólo cinco sobreviven al primer año, y de estas cinco, solo una acaba siendo una próspera empresa que crea empleo estable.

Ni las administraciones públicas, ni las entidades de financiación, ni los family office o fondos de inversión deben asumir la responsabilidad central de que nuestras empresas prosperen en su competitividad, productividad y capacidad de expansión.

E innovar también es dotarse de otra forma de hacer las cosas. Por ejemplo, replantear los actuales procedimientos para ver si existe margen de mejora. En mi larga experiencia, la inmensa mayoría de las pymes que he podido conocer, dista mucho de acercarse a sus máximos objetivos debido a debilidades en su gestión interna, a las formas personalistas de coordinar sus recursos y a la poca atención a las verdaderas necesidades de sus clientes o mercados potenciales.

La mayoría de estas debilidades se asumen, aunque persisten porque el famoso “día a día”, absorbe las atenciones de sus propietarios o responsables directos, que suelen refugiarse en el argumento de que no tienen tiempo o dinero para dedicarlo a cambios. Ese “ir a piñón fijo”, es el principal enemigo de la propia gestión de su pyme, y es la causa de fondo para no conseguir un comportamiento óptimo del conjunto de sus recursos. Empresa significa, ante todo, trabajo en equipo, conjunción de recursos coordinados de modo armónico para conseguir una finalidad, objetivo o meta. Cuando esto se pierde de vista y la prioridad es solo la de atender las necesidades operativas diarias tal como surgen, es cuando una empresa empieza a apartarse de su “competición“ particular de mostrarse más eficaz, más próspera, más rentable, más competitiva.

En España tenemos muchísimas empresas medianas y pequeñas (más del 99% de las empresas españolas son pyme), que representan un altísimo porcentaje en la generación del producto interior bruto. Sin embargo, tienen por lo general un déficit de tamaño y de valores competitivos, a pesar de que muchas de ellas son realidades asentadas sobre excelentes ideas de producto o servicio.

Es necesario promover cambios en estas realidades empresariales. Y el principal debe enfocarse de modo prioritario hacia la potenciación de la excelencia en la gestión, antes incluso que en la promoción de nuevas aventuras dependientes de ayudas públicas o de la inevitable aportación de capital externo.

Recién superadas las penurias de unos años críticos para muchas empresas, el verdadero factor de cambio para la mayoría sería innovar en su manera de gestionar. Esto pasa por incorporar una cultura de innovación en su propio organigrama. Y esto no supone la necesidad de crear un departamento de I+D (algo inaccesible para muchas empresas), o estudiar inversiones en inmovilizados productivos. Más bien se trata de promover disciplinas y protocolos de coordinación, intercambio de ideas, de análisis y de evaluación de todos los indicadores que se obtienen desde cada ángulo de la gestión interna y del entorno (clientes, proveedores, mercados, etc.) a fin de establecer criterios de mejora continua.

La mejor de las inversiones es aquella que con pocos recursos económicos permite una alta rentabilidad. En este contexto, no hay mejor inversión para una pyme que la derivada de escuchar, comprender, conocer, evaluar y decidir acertadamente sobre las pistas que continuamente recoge la propia organización. Siempre que con ello se consiga repensar e implementar cambios en el modelo de negocio o los procedimientos para mejorar la eficacia competitiva, y por consiguiente para aumentar la rentabilidad.

Cuando una empresa funciona de un modo excelente, su mismo modelo de gestión le permite replicar tal funcionamiento a mayor escala. Es entonces cuando se genera empleo neto y excedentes netos para poder autofinanciar nuevas inversiones. Es justo lo que necesitamos una vez superados los peores años.

Pymes, innovación y algo más Modificado en: julio 19th, 2017 Autor: marketing